El Sol, ya a fin de la jornada,
desde occidente vigila
como una enorme pupila
de roja sangre inyectada.
Amplia mar, ensangrentada,
grave, imponente y tranquila,
finge la luz que vacua
en la celeste morada.
Con dulce melancolía,
la tarde doliente y fría,
va cerrando el áureo broche.
Mientras grave y lentamente
va conduciendo a Occidente
su catafalco la noche.
Federico Bermúdez y Ortega, Dominicana, 1884
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